El masaje milenario nos guía a la comprensión de que nuestro cuerpo físico y la naturaleza constituye la comunidad de la parte con el todo. Sus leyes rigen el conjunto de las relaciones cósmicas a través de las fuerzas denominadas activas y pasivas.
Ellas designan la bipolaridad con que la inteligencia humana es capaz de ordenar el mundo, las fuerzas masculinas y las femeninas, lo frío y lo caliente, lo grande y lo pequeño…
Nos encontramos ante una disciplina enfocada hacia la salud del ser humano inscrito en su medio, probada desde la antigüedad más remota.
Posee diversas técnicas manuales dirigidas a necesidad por el terapeuta, quien necesariamente ha de conocer la anatomía energética, dependiente de los circuitos que conducen y distribuyen la energía total del cuerpo, sus puntos y su aplicación.
La condición fundamental del masaje es el contacto, no se trata, sin embargo, de una manipulación rutinaria del cuerpo, consiste ante todo en la observación y escucha de los síntomas que acompañan a cada persona en su presente particular, en la comprensión de su conflicto anímico o físico situados en la existencia diaria y en su adecuado tratamiento.
Tanto la cultura como el individuo, pueden muy bien reconocerse a través de las formas, lenguajes y costumbres que manifiestan con el cuerpo o a través de las actitudes y reacciones con que abordamos el placer y la dolencia.
Más que un conjunto de signos y de síntomas opuestos a nuestro anhelo de bienestar, el sufrimiento es la voz por excelencia de una cultura enferma, y nuestro dolor corporal es el modo que tiene la naturaleza en nosotros de avisarnos cuando no estamos haciendo lo correcto…
Por desgracia, el malestar psicofísico que a partir de sí mismo denuncia la enfermedad, se refuerza con enfoques curativos que pretenden la supresión del dolor a cualquier precio, dirección equívoca, pues, a cualquier precio, el dolor acallado se hará escuchar.
El miedo, la ansiedad, la tristeza, la rabia, la exaltación, la angustia, el nerviosismo, la depresión, cuando se vuelven consuetudinarios, tienen su raíz no sólo en la batalla de la cotidianeidad, sino también en la vulnerabilidad del sistema energético sutil.
La desatención a estas perturbaciones emocionales producirá con el tiempo la enfermedad del cuerpo físico.
Cada individuo es lo que la historia total de la humanidad ha acumulado en su cuerpo particular, una mujer o un hombre en un momento específico del tiempo.
Ninguno de nosotros es la excepción, la naturaleza nos ha concebido como cuerpos, pero la cultura ha engendrado una mente compuesta de creencias, certezas, ideas, prejuicios, valores y fines.
Así como la tierra es ahora un planeta enfermo a causa de la sola y única acción humana equivocada, nuestro cuerpo padece los estragos de mil modos de pensamiento y acción enfermos a través de los siglos.
El mundo y sus conflictos están, por lo general, fuera de nuestro alcance directo, por mucho que lamentemos las trágicas situaciones que a diario acontecen,.. Nuestra acción, en la mayoría de los casos, está restringida al mínimo.
¿Por qué, pues, no actuar dentro de ese mínimo, pero con la responsabilidad con que desearíamos ver afrontados los problemas del mundo?
Nadie puede coartar esa libertad,… porque la tarea de vivir consiste en asumir la existencia del cuerpo, con todo lo que este integra, resume, y la inmensa magnitud de la que es soporte.
Somos la parte del mundo que nos ha sido directamente encomendada, y hasta hoy nos hemos mantenido por fuera de ella, esperando que otros nos digan qué hacer.
El cuerpo es nuestro gran desatendido y la clave de nuestras enfermedades se encuentra en esa indiferencia, el camino a su reintegración es darnos a nosotros mismos la salud por volver a contactarnos con el… y el masaje es un contacto sanador.